«Las personas, sinceramente, tienen problemas que no entienden de banderas ni de reivindicaciones identitarias trasnochadas. Sólo nuestros nietos podrán juzgar si estuvimos a la altura de la historia.»
Por Julio Lorca Gómez
Director Desarrollo Salud Digital
“DKV promueve hábitos de vida saludables y yo me comprometo a impulsarlos a través de la comunicación y en mi día a día”
El largo camino de la asistencia sanitaria en España
Como inspector médico de la seguridad social, ahora en excedencia, dediqué la mayor parte de mi carrera profesional al servicio público, y al estudio de los diferentes modelos de Seguridad Social, su financiación; así como los sistemas de provisión asistencial. Durante los nueve años que dirigí equipos de inspección, investigamos cientos de casos de desviaciones, e incluso de corrupciones claras, entre cuyos protagonistas se encontraban por igual funcionarios públicos y profesionales privados. Siempre asumí que lo público era el patrón de referencia, en tanto que lo privado lo era de complementariedad, como preveía nuestra Ley General de Sanidad.
No obstante, siempre me llamó la atención que las nuevas tecnologías como los PET, fuesen habitualmente adquiridas en primera instancia por entidades privadas, para luego ser concertadas desde la administración pública y sólo más tarde adquiridas; o que esto último ni siquiera ocurriera con los centros de hemodiálisis, las ambulancias o las oficinas de farmacia. ¿Por qué para todas esas cosas se confiaba la gestión a iniciativas privadas? Finalmente entendí, que cada parte del sistema jugaba un papel concreto y tremendamente importante para balancear las fortalezas y debilidades del conjunto.
A finales de los años 80 se producían los últimos coletazos de una crisis que se había caracterizado por la llamada “desertificación industrial y agrícola”, y que conllevó desde 1982 la decadencia de regiones históricas como Liverpool o Detroit. En 1987, en año del lunes negro de Wall Street, España vivió una de las mayores huelgas médicas. En conjunto, un descontento generalizado amenazaba la sostenibilidad de Sistemas sanitarios como el británico, o evidenciaba las conocidas ineficiencias del norteamericano. La situación derivó en dos corrientes revisionistas de signo político distinto, pero con una base común: Las estrategias de mercado interno, y de competencia pública. La idea básica fue “empresarizar” la gestión sanitaria.
Los movimientos pendulares de la asistencia sanitaria
De aquellas reflexiones surgieron más tarde movimientos como el protagonizado en Andalucía por el gobierno socialista. Se crearon empresas públicas, como la del 061 o la del hospital costa del sol en Marbella. Se las dotaba de una imagen corporativa distintiva, para que pareciera todo, menos una “administración pública”.
Con la llegada de Aznar al poder en España, se inicia la versión pepera de esta corriente, con muchas semejanzas, y conocida como modelo “Alzira”. Inmediatamente, Andalucía comenzó a eliminar los logos “mercantiles” que daban imagen propia a cada hospital, siendo sustituidos por el del SAS, junto a otro enorme de JUNTA DE ANDALUCIA- ¡No fuese que alguien llegara a pensar que Alzira y el Costa del Sol, eran la misma cosa!
Este tipo de “políticas” asimiladas entre la derecha y la izquierda han existido siempre. Ciertamente, la izquierda sabe capitalizar mejor las demandas sociales, pero es la derecha la que otras veces las materializa o facilita. Efectivamente, en 1883 la Alemania conservadora del canciller Von Bismark, otorgó los primeros derechos sociales a los trabajadores ante situaciones de enfermedad con la creación del seguro de salud, en el que se inspira el sistema americano actual o el que existía en España hasta la promulgación de la Ley 14/86 General de Sanidad, que lo sustituía por el de inspiración británica.
De esta manera, el informe conocido como Plan Beveridge publicado en 1942, preconizaba: “que dicho sistema permitirá asegurar un nivel de vida mínimo por debajo del cual nadie debe caer”. Para conseguir aglutinar el necesario apoyo de los conservadores británicos, se argumentó que “la asunción por parte del estado de los gastos de enfermedad y de las pensiones de jubilación, permitirá a la industria nacional beneficiarse del aumento de la productividad, y como consecuencia, de la competitividad”. Eran épocas de consenso. Momentos de postguerra. Tiempos en los que las personas muestran su verdadera grandeza o, por el contrario, sus miserias.
El falso dilema sanidad pública – sanidad privada
Hoy volvemos a estar en semejante encrucijada. Pero ya antes de la Covid-19 sabíamos que el sistema sanitario heredado, independientemente desde qué ideología se gestionara, no iba a poder sobrevivir al embate de las cohortes de baby bomers cargados de enfermedades crónicas que comenzaban a jubilarse en masa. Nada ya serviría: Ni modelos inflacionista y altamente ineficientes como el americano, donde el incremento de costes se repercute en un precio creciente haciéndolo inaccesible a los más desfavorecidos; ni los sistemas europeos del bienestar, que acotan la necesaria equidad mediante listas de espera.
Si como pasa en el caso de la Diálisis o las oficinas de farmacia, entendemos que lo importante son los resultados que se logran y no la bandera que se agita, veremos que el debate público-privado es una falacia que se manipula con excesiva frecuencia, con fines distintos a los que se aparenta.
En el mundo se gastan al año 6 billones de dólares en atención sanitaria, de los que sólo en USA se funden la mitad, siendo sólo un 5 % de la población mundial. A pesar de ello, tienen el doble de mortalidad infantil o maternal que España y una crisis de obesidad y diabetes tipo 2 galopante. Y en efecto, la atención primaria en España es un ejemplo universal de bienhacer las cosas. Pero al mismo tiempo, se calcula que la tercera parte de la atención sanitaria desplegada por muchos sistemas públicos de salud es innecesaria, y con una tremenda variabilidad en la forma de hacer las cosas entre sitios diferentes. A pesar de ello, se sigue primando una atención hospitalaria que, gastando ingentes cantidades de dinero, mantiene déficits relativos de gestión que conducen habitualmente a largas listas de espera e incluso a yatrogenia. En conjunto, tanto en lo público como en lo privado, se premia antes el volumen de actividad asistencial desplegado, que el valor real generado en la salud de las personas.
Y no: ¡No hay una fórmula ideológica ganadora! Por ello, las aparentes contradicciones siguen saltando a la vista: ¿Por qué gobiernos progresistas mantienen diferentes formas de copagos como el farmacéutico? Al mismo tiempo, empresas privadas como DKV invierten gran parte de sus beneficios en acciones de promoción de la salud o de prevención de la enfermedad, o en combatir la diversidad funcional… ¿No son cosas más propias de la sanidad pública? Creo que no. Trabajar sobre los determinantes de la salud es cosa de todos. Sería estéril reivindicar una u otra cosa, en defensa de una pretendida patrimonialidad.
No es bueno dejarse arrastrar por las coyunturas
Entonces, ¿qué es “lo público” y que es “lo privado”? ¿Un hospital de una institución sin ánimo de lucro, como son los de la Orden San Juan de Dios, o las Hermanas Hospitalarias? ¿Ha quedado garantizado el buen hacer de la OMS durante la pandemia, como institución pública?
Hace días aparecía en La Vanguardia una extraordinaria entrevista a Daron Acemoglu, investigador de la Universidad de Harvard, quien afirmaba que: “los países con éxito eligen a sus gobernantes por su capacidad y talento y no solo por su ideología e identidad. Y eso se ha demostrado durante la pandemia”.
Los países que fracasan son aquellos que, arrastrados por la tentación de instrumentalizar los momentos más débiles de la historia, intentan “arrimar las ascuas a sus propias sardinas ideológicas”, condenando a sus naciones a la marginalidad y la miseria.
La nueva normalidad, –que será nueva, no lo duden-, nos ofrece la oportunidad de rediseñar las cosas de otra manera. Por ejemplo, en Salud, a través del tremendo potencial de la atención basada en valor o de la telemedicina y otras formas de salud digital.
Tenemos la posibilidad de trabajar unidos sobre las necesidades reales de las personas, antes que volver a mirar el uniforme que lleva aquel que nos ofrece una desenfrenada actividad, que a la postre puede generar más riesgo que ventajas.
Ni la derecha ni la izquierda tienen todas las respuestas desde sus atalayas mesiánicas. Tomemos como ejemplo las reformas de países considerados tradicionalmente cerca del espectro socialista como Suecia, que iniciaron hace tiempo reformas puramente técnicas ante el inminente Tsunami demográfico; y cuyos sindicatos, en un ejercicio de tremenda generosidad, primaron los intereses del pueblo a la defensa de los suyos como funcionarios públicos. Otros casos de buen entendimiento entre los servicios públicos y privados los tenemos en Alemania y Holanda.
Las personas, sinceramente, tienen problemas que no entienden de banderas ni de reivindicaciones identitarias trasnochadas. Sólo nuestros nietos podrán juzgar si estuvimos a la altura de la historia.