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Crónica desde el corazón de Asia: viajando por Uzbekistán

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Escribe: Javier López

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Estimado Carlos:

                        Ya estoy otra vez en casa después de viajar por Uzbekistán, un país en el corazón de Asia, donde rebosan los recuerdos de héroes legendarios, donde el tiempo se entretiene entre las filigranas de sus imponentes construcciones y la gente te llena el corazón con el calor de su sonrisa.

El viaje no es muy pesado, son poco más de siete horas de vuelo entre Madrid y Tashkent. Tashkent, la capital, es una urbe señorial de 4 millones de habitantes, con espacios enormes y una sorprendente cantidad de árboles. La vista desde la habitación del hotel es la de un mar verde.

El metro es muy soviético, con estaciones decoradas con bellos mosaicos, mármoles y lámparas, tipo palacio imperial.

Las avenidas son amplísimas, de tres y cuatro carriles, aunque el tráfico aún no es muy denso. La verdad es que se circula muy bien.

Los parques son enormes y las desmesuradas plazas pueden dar cabida a una multitud.

Cerca de la capital, en Jasti Imam se conserva uno de los ejemplares del Corán de mayor antigüedad, el llamado Corán de Samarcanda. Un libro enorme que está guardado en un bello templete con la omnipresente cúpula de color turquesa, en la que el sol se recuesta deslizándose por los mosaicos.

Los uzbecos se definen como religiosos, … pero light.                                                                    

La Unión Soviética, a la que pertenecieron hasta 1991, ha dejado su marca. Ya sabes Carlos, que para Marx, la religión era el opio del pueblo. Menos mal que nosotros la hemos sustituido por el fútbol y la telebasura.       

Aunque beban cerveza y vodka y no hagan ascos al jamón ibérico, vimos algunos síntomas de que el sentimiento religioso está bastante enraizado, aunque muy lejos del fanatismo que profesan otros países de Asia central.

Las construcciones de Samarcanda impresionan al viajero. Las tres madrasas de la plaza Registán o la tumba de Tamerlán desprenden tal majestad que uno se siente empequeñecido. Esta sensación se agudiza cuando quieres fotografiarlas y te das cuenta de que tienes que retroceder mucho para que te entren completas en la cámara.

Samarcanda es muy monumental, tiene además el observatorio del famoso Ulugbek, la Necrópolis de Shakhizinda o la enorme mezquita de Bibi Janun la mujer de Tamerlán, con una puerta de 35 mts. y con una historia de amor entre ella y el arquitecto.

Pero entre las construcciones que puede admirar en mi periplo uzbeco hay dos que me llamaron especialmente la atención, por su elegancia y sencillez.

Una, la tumba del imam Al Bujari, el principal recopilador de los dichos y hechos de Mahoma, los Hadiz, que ahora componen la Ley Islámica, la Sharia.

Y la otra, la tumba de Ismael Samaní, un conquistador del siglo IX que ha llegado entera a nuestra época, gracias a que estuvo enterrada en la arena muchos siglos y hace poco que salió a la luz.

Pero si la monumental Samarcanda impresiona con sus fabulosas construcciones, Bujara sorprende por su conjunto monumental. Es una delicia perderse por sus calles, regatear con los artesanos y los mercaderes en un ambiente oriental, mientras el sonido de una melodía de flauta se escapa de alguna tienda y tú vas buscando la sombra gratificante de los dorados minaretes.

Son famosos sus afilados cuchillos y los pañuelos de seda, pues no en vano estamos en La Ruta de la Seda, la cerámica o las marionetas de papel maché.

El conjunto más armónico se lo adjudico a la ciudad de Jiba, patrimonio de la humanidad al igual que Bujara. Es una ciudad pequeña pero no tiene desperdicio, minaretes, madrasas,
mezquitas, cúpulas y palacios, se van cediendo el testigo y te van hipnotizando por turno.

Además es toda ella de ladrillos tipo adobe y al atardecer el sol la tiñe, dorando su color de arena y camello, pintándola sin prisa, recreándose en sus viejos mosaicos y filigranas.

Se come bastante bien y el precio es muy económico. Por 5 o 6 euros al cambio.

El plato más tradicional es el Pilov, un arroz con carne y zanahoria.

Sirven mucha verdura, berenjena, remolacha, tomate y ensaladas de pepino.

La carne la hacen en pinchos morunos de ternera, o cordero, incluso del denostado cerdo, bien sazonada y se come con gusto. Echan especias, pero no de manera exagerada.

La comida no es algo exótico como puede ser en China o en el extremo oriente. No hay sapos ni culebras.

Hacen un pan bastante bueno y patatas fritas excelentes, de las de verdad, aunque un día nos las sirvieron dulces y nosotros intrigados preguntamos si era típico de la zona, pero entre risas se desveló el misterio. Habían confundido el tarro de la sal, con el del azúcar.

Este artículo quedaría muy incompleto si no hiciera referencia a las gentes que hemos ido encontrando a lo largo del país. Gente abierta y simpática, con la que sintonizas a pesar de la barrera idiomática. La inmensa mayoría solo habla uzbeco, un idioma cantarín y fonéticamente sencillo, pero que desconocemos completamente.

Te basta con aprender cuatro palabras y ese esfuerzo los emociona y te dispensan un acalorado agradecimiento.

Rajmat, gracias – kora choik irtemós, té negro por favor – Jairli tum, buenas noches – Yakse, está bien, ok.- Kuiris kuncha, hasta pronto – U sur, lo siento – balki, quizá –

fueron algunas de las palabras que me dieron un elevadísimo rendimiento y que ya nunca olvidaré

La gente mayor transmite una serenidad fácilmente detectable.

Las mujeres llevan vestidos coloristas y se cubren con pañuelos para el sol y algunas, pocas, con velo islámico.

Los hombres visten a la europea y es difícil verlos con trajes típicos.

Normalmente los mayores se tocan con un gorro cuadrado, de color negro con una orla blanca, pero los jóvenes no lo llevan.

Nos resultaba gracioso que varias familias, al vernos, nos pidieran que nos pusiéramos con ellos para hacerse una foto en nuestra compañía. Los bichos raros éramos nosotros. Naturalmente nos dejábamos fotografiar y nunca les pedíamos un dólar.

En este viaje he conocido historias heroicas, de conquistadores legendarios como Gengis Khan, Tamerlán y Samanní, o de sabios como Al Juarizmi, el matemático, introductor del cero y padre del álgebra , Avicena el médico descubridor de la circulación de la sangre o Ulugbek el astrónomo, nieto de Tamerlán, pero el que más me impresionó… era español.

En Samarcanda hay una calle con el nombre de Rui Gonsalez de Clavixo. Este madrileño fue un embajador que envió Enrique III de Castilla en 1403 hasta Samarcanda con el fin de convencer a Tamerlán para que guerreara con los turcos otomanos y así impedir que se expandieran por Europa. Fue hasta allí en un viaje increíble, acompañado por un fraile y un escudero. Tengo que leer el libro que escribió: Embajada a Tamorlán, una joya de la literatura medieval española, un libro de viajes del que dicen es tan apasionante como el de Marco Polo. Su gesta también allí es recordada. Un barrio lleva el nombre de Madrid.

Él divulgó en España la grandeza de Samarcanda, que ya venía impresionando desde la antigüedad hasta al mismísimo Alejandro Magno. Me imagino su viaje por la Ruta de la Seda, cruzando Siria, Irak, atravesando el Kizil kum y pernoctando como nosotros, bajo la fortaleza de Ayas Kala, cuyas ruinas, anteriores a Zoroastro se resisten a desaparecer después de 4.700 años de vigilante silencioso en esta planicie de Karakalpakstán.

Supongo que
llevaría buen guía.

Nosotros tuvimos la suerte de contar con Usman, un chofer uzbeco que nos inspiraba tranquilidad y con Nodir, un guía local que hablaba español con fluidez, y con el que logramos una gratísima compenetración. Nuestro único percance fue la rotura de la dirección asistida, mientras cruzábamos el Kizil Kum, pero lo repararon enseguida. Al cruzar un pueblecillo, nos apretaron los manguitos y rellenaron de hidráulico el circuito.

Uzbekistán es un país muy seguro y nunca vimos nada que nos inspirase temor o recelo.

Bueno Carlos, ya han quedado atrás las tierras uzbecas, sus gentes y sus monumentos.

Gratificantes recuerdos que nos acompañarán siempre.

Pero ya sabes que los recuerdos se refrescan siempre con la visión de las fotografías que sacamos. Ahora me toca ordenarlas y clasificarlas como tengo por costumbre, para luego poderlas encontrar y utilizarlas de una forma práctica y sencilla.

Siempre te recomiendo lo mismo.

Ya sabes, recordar, es volver a vivir.

Bueno, ya estoy aquí otra vez y el verano es muy largo…

¿Tú piensas que me quedaré en casa mucho tiempo?…

Mientras lo piensas, recibe el más afectuoso de los abrazos de tu amigo

Javier

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