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Mujer empoderada

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IV Foro Mujer Igualdad y Emprendimiento

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Marta AburtoPor Marta Aburto Fierro, Empresaria

El FMI afirma en su estudio ‘Las mujeres, el trabajo y la economía: beneficios macroeconómicos de la equidad de genero’, que la incorporación de la mujeres en puestos de decisión y poder incrementaría el PIB en el mundo: en Estados Unidos un 5%, en Japón un 9%, en Emiratos Árabes Unidos un 12% y en Egipto un 34%.

También el Instituto de Investigación de Crédit Suisse ha publicado el informe ‘CS 3000 Género: La recompensa para el cambio’, que analiza el impacto de la representación femenina en los consejos y en la alta dirección de las empresas y concluye que, cuanto mayor es el porcentaje de mujeres en la alta dirección, mayor es la rentabilidad para los accionistas.

A mediados de diciembre, en AED (Asociación de Empresarias y Directivas de Bizkaia) celebramos un foro cuyo tema central fue ‘Mujeres líderes en sectores masculinizados’. Desde una perspectiva de género, se debatieron las características equívocas que hacen que determinados sectores, como la construcción o la programación digital, sean ignorados prácticamente por las mujeres que reciben una educación inhibitoria al respecto por razón de sexo.

Es ejemplar la masculinización en la foto de nuestros dirigentes de la cumbre del G20 (Buenos Aires, Argentina 2018), en la que aparecen dos mujeres y treinta y cuatro hombres, en esta élite que podemos identificar con el máximo poder institucional del mundo. Se puede deducir que el poder mismo está masculinizado.

Las mujeres somos algo más de la mitad de la población española. Nuestra preparación a nivel universitario es mayor y mejor que la de los hombres. Desde hace más de 20 años el 60% de los títulos universitarios tienen nombre femenino y también las notas son mejores, lo que representa nuestra preparación y validez para la gestión del poder, si se considera que el mérito real depende de la preparación y no de algún turbio destino premeditado en nuestra cultura.

Para conseguir una representación más equitativa dentro de las estructuras de poder, hemos de reflexionar sobre cómo y por qué pensamos del modo que pensamos, y preguntarnos si hay un patrón cultural que funciona precisamente para despojar a las mujeres del poder.

La antropóloga Françoise Héritier denomina «valencia diferencial de los sexos» al proceso mental de asociación en el que, de cada dos términos opuestos, como vida-muerte, fuerte-débil, hasta los más complejos elaborados en las creencias y los mitos, como la sangre caliente-sangre fría de la medicina antigua, se desarrolla una cultura que justifica un orden jerárquico en el que se considera superior o mejor lo masculino, mientras que el considerado inferior o peor es el femenino, siendo así desde la aparición del lenguaje. Esta cultura se hace sistemática y desemboca en un orden social en el que lo femenino se expulsa de lo político, y solo participa de la riqueza por intermediación sometida a algún ser masculino, único propietario y ser perfecto de la creación de Dios.

En pleno siglo XXI continuamos imaginando que el perfil de persona poderosa sigue siendo, irrevocablemente, masculino.

La discriminación de la mujer en todos los ámbitos de decisión y poder, antes de ser una práctica social, es una manera de pensar prehistórica que aprendemos desde la infancia. Seguimos mirando al poder como algo elitista, emparejado al prestigio público, al carisma individual del llamado «liderazgo», condicionado precisamente por la visión dominante del género masculino que hace de lo «heroico» razón de ser del poder. Nos referimos al poder de forma muy estricta y limitada, como si fuera un objeto de propiedad que muy pocos pueden poseer o ejercer, en términos que las mujeres como género, no como individuos, quedan excluidas por definición.

Es contradictorio pretender la relevancia de las mujeres en una estructura cuya lógica se basa en la superioridad masculina.

Necesitamos un cambio de poder, no sólo una transferencia de poder, sino más bien un cambio fundamental en su combinación intrínseca de violencia, riqueza y conocimiento. Esto significa pensar en el poder de forma diferente, dirigir la mente hacia un liderazgo consensual, sustituir líderes autoritarios por lideres consensuales, relegar el heroísmo y el mito masculinizados, para poder incluir a las mujeres en el trabajo conjunto del ejercicio del poder como enriquecimiento cultural, social y económico[/vc_column_text][vc_separator color=»turquoise» border_width=»2″][vc_basic_grid post_type=»ids» gap=»1″ item=»31938″ grid_id=»vc_gid:1546813436312-7547bca4-4cf4-10″ include=»18331, 30017, 29749″][vc_separator color=»turquoise» border_width=»2″][/vc_column][/vc_row]

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